“La expansión de la frontera de estos cultivos (Transgénicos) arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta el presente y el futuro de las economías regionales.” (LS, 134)

alabado seas 05-10

En las regiones de O´Higgins y Maule se concentran en Chile los semilleros de maíz transgénico de Monsanto y otras transnacionales que buscan “expandir  las fronteras” de su negocio contaminante. La presidenta Bachelet prepara  leyes que introduzcan el cultivo de transgénicos para el mercado interno. Los cultivos manipulados genéticamente son “tolerantes” al herbicida glifosato (Roundup, conocido como “matamalezas” o Randal, fabricado por Monsanto y  otros),  es decir pueden sobrevivir a esas fumigaciones. El maíz transgénico tolera el veneno, pero no existen otros seres vivos  preparados para tolerar el Roundup: el daño es severo en los niños vecinos a  plantaciones, en las temporeras, y como dice el Papa, en el “complejo entramado de los ecosistemas”, que incluye el agua, los suelos, las abejas y otros  insectos benéficos, y todas las plantas restantes, hongos, bacterias.

Después que en marzo de 2015 el glifosato fue declarado “probable cancerígeno” y reclasificado en el grupo 2 A  por  la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC),  de la Organización Mundial de la Salud (OMS), demandamos como RAP-Chile a la Presidenta Bachelet y al SAG la prohibición de su uso en Chile. Colombia ya prohibió las fumigaciones con glifosato que por décadas afectaron la salud ambiental y la soberanía alimentaria de las comunidades fronterizas. Pero en Chile el poder del  lobby de Monsanto es más fuerte. Se ocultan las cifras de importación de glifosato. No se ha adoptado ninguna medida restrictiva. No hay que ir lejos para conocer los efectos de estos cultivos. En Argentina, donde hay 24,5 millones de hectáreas de transgénicos,  el cáncer se disparó en las áreas sojeras y se detectan residuos de glifosato en el agua, en el suelo, y en la orina de seres humanos, así como en la leche materna, además de alarmantes estadísticas de malformaciones congénitas.

La preocupación del Papa por este tema,   es compartida por más de 100 científicos de todo el mundo que durante la Conferencia Internacional sobre Gestión de Sustancias Química que tuvo lugar en Ginebra a comienzos de octubre de 2015,  solicitaron a los gobiernos la eliminación progresiva de los plaguicidas peligrosos,   porque las comunidades afectadas no pueden seguir esperando.

El Papa pone el acento en la diversidad productiva, clave para enfrentar el cambio climático. Los monocultivos transgénicos y convencionales van en sentido inverso: agotan suelos y agua y no pueden adaptarse a los cambios. Por el contrario, las semillas campesinas e indígenas constituyen una reserva que espera ser utilizada para estimular la producción agroecológica y recuperar la agricultura familiar campesina, hoy sofocada por la agroindustria orientada al mercado externo. Las costosas semillas “mejoradas” por Monsanto, Dupont, Syngenta requieren insumos químicos, fertilizantes y agrotóxicos que no sólo matan plagas sino dañan gravemente el ambiente y la salud de los seres humanos.

El futuro de la economía de nuestra región –y de la creación – depende de que los pueblos podamos sacudirnos del modelo neoliberal que prioriza los agronegocios  y obstaculiza la soberanía alimentaria, impidiendo que podamos decidir libremente qué comemos, qué sembramos y qué cocinamos de acuerdo a nuestra cultura y tradiciones.

Colaboración: Lucía Sepúlveda, vocera para la RM de la campaña Yo No Quiero Transgénicos en Chile y encargada del área de Semillas de la Red de Acción en Plaguicidas RAP-Chile

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